Nota a favor de Carlos Galettini

MEDIO: Haciendo Cine
FECHA: Septiembre 2011
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A FAVOR de Carlos Galettini

Un nombre propio como sinónimo nato de entretenimiento. Uno de los popes del cine nacional vuelve al ruedo con una película a todo trapo. Después de forjar un notable legado cinematográfico –popular, controversial, polémico o propagandista, pero siempre particular y único- y luego de una década de parate, Galettini es revalorado a rajatabla por una de nuestras plumas.

Por Hernán Panessi

Concibiendo al cine como un arte que entretiene (vieja vacilación: ¿El arte es entretenimiento? ¿El arte también puede entretener? ¿La tercera posición resulta que el cine es arte y entretenimiento?), podemos decir lo siguiente: hay películas buenas, hay películas malas y están las películas de Carlos Galettini. Director de, lean bien, las cuatro de Los Exterminators, tres de Los Superagentes, dos de Los Bañeros –la tercera no es tal, simplemente es basura-, la de Los pilotos más locos del mundo, Los matamonstruos en la mansión del terror, etc… Galettini, o más bien su obra, y no es capricho sino realidad fáctica, pese a que alguna rúbrica se piante, está más allá del bien y el mal, exenta de cualquier juicio crítico e intelectual –y mucho más del cahierismo o el snobismo pecho frío- porque representa, sin ir más lejos, lo que la mayoría del público desea: fruición, goce y efectividad. La discusión acerca de qué comen las moscas es harina de otro costal, claro. A propósito, si el título Se acabó el curro (Compre antes que se acabe) no es uno de los mejores de la historia, ¿cuál lo es?
Ha hecho escuela, sí, en la llamada “argentina bizarra” siendo el mayor –y mejor- referente de esa entelequia (la recomendación es conseguirse “Cine Bizarro: 100 años de películas de terror, sexo y violencia”, del maestro y mentor Diego Curubeto). Cuenta la leyenda, recuperada por Alexis Puig en “Pantalla Freak”, entre muchas que hay en torno a sus películas, que su primer telefilm y decimosexto largometraje, Charly, días de sangre, un slasher criollo protagonizado por –nuevamente, lean bien- Fabián Gianola y Adrián Suar, es una película negada por los propios implicados, resultando incunable por mucho tiempo. Y acá aparece la fantasía o realidad, donde el mismísimo Adrián Suar habría comprado todas sus copias para destruirlas y hacerlas desaparecer. Tranquilos: quien no la vio, podrá encontrarla colgada en YouTube por algún preservador cinematográfico posmoderno. Agradecidos por la magia.
Volviendo al punto, quien reniegue de sus filmes históricos no tiene sangre, ni corazón y mucho menos perdón de Dios. Galettini no sólo merece el respeto per se (oh, San Galettini) sino que también le cabe por ciertas perlitas de su filmografía que han salido del canon preestablecido. Por ejemplo, Convivencia, inspirada en la obra teatral homónima de Oscar Viale donde se florean Luis Brandoni, José Sacristán y una jovencísima Cecilia Dopazo, es un filme tan fantástico como subvalorado. Asimismo, siguiendo con su rol de cineasta abocado a propuestas más serias o convencionales a las que inicialmente acostumbraba están Ciudad del Sol, una ficción donde todavía resuenan los ecos de la dictadura militar, y más acá, ahora sí, La Patria Equivocada.
En consecuencia, todas las películas de Galettini, desde la primera, allá Las Sorpresas, hasta esta última, ganadora del Concurso Argentina Bicentenaria, acá La Patria Equivocada, merecen respeto y admiración –tal vez la que menos lo merezca sea Dibu 2, la venganza de Nasty; tal vez la que más Las locuras del extraterrestre- por significar y dignificar, en su conjunto, al creador como un autor. Es innegable: en todas está su marca, su energía única e irrepetible (no sólo en los bizarrismos de época sino también en las de corte industrial o Serie A, también, así, en La Patria Equivoada). La pacatería, siempre minoría, de seguro dirá que es un director muy comercial (Michael Bay tiene de Galettini lo que este escriba de Christian Metz). De cualquier manera, a nosotros, los cinéfilos de entre 1 y 99 años, eso nos importa muy poco. Sólo hay para con él palabras de reconocimiento y purísima devoción. Bienvenido otra vez al trote después de 10 años, maestro. Pase por acá, la puerta grande. Entreténganos. Lo extrañábamos.

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